jueves, 6 de agosto de 2009

El idolo: aventuras y desventuras de una estrella pop en tiempo ¿real?

Escribí este texto el año pasado pero, por alguna razón no lo publiqué y acabo de encontrarlo. Como creo que sigue teniendo actualidad, decidi publicarlo aquí, como un estudio casi comico de las andanzas y manipulaciones a las que son sometidos los ganadores de los realities y de las que participan en forma voluntaria sus propios familiares.
1. Los fines de semana, por algún extraño capricho de los programadores argentinos, no hay nada bueno para ver en televisión. Finalmente encuentro una vieja película de Michael Caine sobre Harry Palmer, la versión proletaria –y por supuesto, mucho menos exitosa- de James Bond: un agente que usa inmensos lentes de marco negro, trabaja en una oficina y hace sus compras en un supermercado.
Cuando termina la película (y me quedo con ganas de ver las dos continuaciones que, perversamente, “Retro” no pasa), encuentro “El ídolo”, un programa dedicado a registrar los días y las noches del último ganador del “Latín American Idol” (nombre horrible si los hay, que me hace recordar a los humillantes Grammys “latinos”, una mezcla de respeto por parte de los americanos al reconocer el creciente poder de la “comunidad” en la industria, manteniéndolos, eso si, aparte de las categorías principales que siguen siendo suyas).
El programa esta dedicada al último ganador, Carlos Peña (tuve que anotar el nombre para no olvidarlo): su llegada a Nicaragua, su desfile triunfal por las calles, la visita al palacio presidencial y, finalmente, a un comercio tradicional donde el premio mayor es que le pongan su nombre a una silla (Ricardo Arjona, Dios tutelar de los cantantes nicaragüenses, ya tiene la suya).
Este primer programa acaba cuando, después de doce horas agitadas, Carlitos se va a la cama y vemos un adelanto de lo que vendrá cuando visite la grabadora donde lo reciben con “esta es tu nueva casa”, que se congela cuando él confiesa, todavía en compañía de papá y mamá, que quiere grabar sus propios temas; una afirmación que lo hace ganar puntos delante mío, dándole un toque de rebelión contra la perfecta maquina de marketing que lo maneja sabiendo que este programa es, apenas, la constatación de un hecho: la mayoría de los American Idol (como demostró oportunamente la primero ovacionada y luego olvidada Rosa de España en otro reality) necesitan de la promoción constante de la compañía para mantenerse a la vista de un público que esta dispuesto a gritar enloquecidamente durante los primeros tiempos bajo los efectos de la resaca televisiva pero, con la misma intensidad, olvidan al viejo ganador apenas se consagre el segundo y este sea, oportunamente, reemplazado por un tercero...
La única forma de conseguir un publico leal sin el apoyo de un programa propio es destacar del resto, eligiendo las canciones adecuadas y mostrando un carisma a toda prueba, que se vea –aunque no sea- natural, como demostró David Bisbal con canciones horribles pero efectivas a la hora de que el publico lo recordara como ese chico de los rulos que cantaba y se movía histéricamente sobre el escenario en una parodia del español excesivamente alegre.
Como el nuevo “Latinamerican Idol” (¿por qué nunca lo dicen en español?) no parece tener todavía esa habilidad, “El ídolo” funciona como un apoyo que le da visibilidad en prime time mientras graba y promociona, a toda velocidad, su primer disco, filma su primer videoclip y prepara sus primeras presentaciones en vivo como solista: todo en tiempo real para hacernos sentir que seguimos pegados a él y vemos todo lo que él ve, incluso el lado desagradable de ser, apenas, otro latiamerican idol.

2. En el recorrido que propone “El ídolo”, es interesante que me caiga tan mal el personaje en cuestión por su adicción a la moda (¿cuál es el nombre científico que le dan a eso para hacernos creer que es cool ser un adicto a lo último de lo último?) que incluye el pelo parado, anteojos negros a toda hora, chaleco y diferentes remeras ajustadas de colores fuertes, mientras, bien atrás, su familia forma un grupo cerrado al que no se olvida nunca de nombrar como influencia benéfica por sus sabias enseñanzas de vida.
Lo más divertido –a pesar de haberlo visto tantas veces ya, sigue asombrándome- es un publico que parece totalmente dominado por las instrucciones de los productores de turno: gritan, levantan carteles, luchan por los primeros lugares como si estuvieran poseídos por una pasión desmedida por una persona a la que, hasta hace tres meses, no conocían y por la que hoy están dispuestos a humillarse públicamente varias veces al día.
En ese entorno de histeria colectiva, la reacción del padre (que conduce la camioneta hacia el primer recital publico de su hijo) pidiendo: “no firmes tanto que no llegamos más”, es lo más divertido y “real” del programa junto a la aparición del padre de Ricardo Arjona (que parece muy petiso para ser realmente quien dicen que es, aunque no tengo porque dudar de él), quien le recuerda al nuevo ídolo (tal vez intentando salvar los ingresos de su hijo) que este es apenas el primer paso de su carrera.
Todo lo demás, aunque repetitivo –los gritos, los fans, las remeras con su cara: esa estructura omnipresente desde que Elvis y los Beatles se hicieron famosos- me sirve para esbozar una teoría de la necesidad de la gente de pertenecer a algo más grande que ellos mismos en la era de la sobreexposicion del Yo, aunque sea como actores de reparto, figuras gesticulantes que aparecen y desaparecen adelante del nuevo ídolo pop adolescente que los olvidara tan rápido como ellos a él.
Lo mejor de este primer programa sigue siendo la familia, con la madre, que hace largos monólogos sobre la importancia de que su hijo no abandone nunca todo lo que le enseño mientras los dos hermanos, convertidos en figuras secundarias, hacen comentarios que intentan rescatar al Pablo pre-fama, junto a la novia que parece destinada al olvido aunque en el escaso minuto que le dan de cámara recuerda que hace un año que son pareja y cuando Carlitos no era famoso iban tres veces por semana al cine y ahora nunca. (¿Tiene sexo la nueva estrella pop o eso también esta prohibido por contrato? Todo, por el momento, huele a castidad firmemente custodiada por mamá y papá, los encargados de mantener la gallina de los huevos de oro en el corral dorado correcto).
Tantas justificaciones no deben servir de mucho cuando las chicas se suben una y otra vez a la camioneta que los lleva al palacio presidencial, intentando, -en una parodia de los viejos mártires católicos-, dejarse atropellar con tal de recibir un autógrafo: una muestra de fe cautivante para los que miramos todo sentados cómodamente detrás de la pantalla.
El programa es corto –media hora- y, supongo, si no tengo nada más que hacer, seguiré viéndolo el próximo sábado, esencialmente para ver como reacciona Pablo a las indicaciones de su nuevo productor, alguien que no parece caerle muy bien solo “porque no es conocido”.
Imagino que lo haran cantar la suficiente cantidad de covers para asegurarse que los fieles de primera hora lo compren y algunas composiciones firmadas por profesionales en asesorar a estrellas en ascenso sobre los riesgos de salirse de los caminos seguros, es decir, canciones llenas de lugares comunes de consumo fácil.
Tal vez, con un poco de suerte, Carlitos pueda finalmente colocar alguna de sus composiciones con las que recibir una parte ínfima de los ingresos que esta generando la empresa experta en crear –y desmontar- nuevos ídolos pop, hechos a la imagen y semejanza de los deseos del público; un publico que se aburre rápidamente de sus deseos y para quien el propio ídolo pierde interés y sustancia, (como si fuera apenas una realidad creada por ellos mismos), a medida que los nuevos postulantes de American Idol 2008 se presentan para la nueva selección.

3. Y hablando de “Latin American Idol 2008”, espero ver los concursantes que habrá este año, especialmente las primeras pruebas donde todo el mundo se presenta, literalmente, para conseguir sus cinco escasos minutos de fama, seguros de tener lo que la cámara quiere y sabedores de que fuera de la exposición publica, en pleno siglo XXI, no vale la pena vivir.
De esta manera, un personaje llamado Renaldo Lapuz, consiguió en la gala final del ultimo American Idol, cantar “We're Brothers Forever”, su horrible canción de 3 estrofas en horario central, acompañado por una banda profesional de músicos y coristas ante millones de personas.
Con ese empuje televisivo, ¿porqué no imaginarle una sobrevida convertido en el nuevo Liberace, dando conciertos por todo el país con apariciones en talk-shows antes de terminar con su propio show en Las Vegas, una ciudad especialista en reciclar viejas glorias como Elvis para un público nostalgico y amante del kistch?
La cancion de Lapuz, por cierto, tiene esa adictividad propia de las cosas sin sentido que uno puede repetir eternamente convencido de que es gracioso, al igual que “3 elefantes se columpiaban...”, con el ADN caracteristico de la marca “American Idol”: un optimismo a toda prueba y la capacidad chicle de quedar pegado al oido con su rintintin empalagoso: “I am your brother / your best friend forever / singin' the songs /the music that you liiiiiiiike // We're brothers 'till / the end of time / together forever / 'till the end of time”.
Personalmente disfruto –de hecho, me rió a carcajadas- de las cosas que las personas esta dispuestas a hacer para triunfar, disfrazándose, gritando, vistiéndose extravagantemente, mientras aseguran –conocedores de todos los trucos para llamar la atención de los editores- que ellos son el próximo ídolo de Latinoamérica.
¿Hay tanta necesidad de fama? ¿Solo se puede sobrevivir siendo famoso? Muchos de los que se presentan saben que no son buenos cantantes pero apuestan a que si llaman suficientemente la atención, alguien –un productor, un director, ¿Dios?- les dara la oportunidad que nadie más le dio.

4. Y los deseos de estas personas simplemente reflejan un hecho: la multitud de personajes que, siguiendo el ejemplo de Paris Hilton, desfilan por televisión sin que nadie sepa muy bien que hacen. ¿Son actores? ¿Cantantes? ¿Diseñadores? ¿Escritores? ¿Conductores?
No. Simplemente son famosos: personas que se hicieron conocidos por hechos normalmente alejado del arte (recordemos porque se hizo famosa Paris Hilton...) y a quien una sucesiva aparición en programas de televisión –el nuevo Hollywood a la hora de consagrar nuevas figuritas o relanzar viejas estrellas como Charlie Sheen- le dio la suficiente fama para asegurarle roles en películas menores y nuevos shows donde se limitan a prestar su presencia mientras la mayoría silenciosa que los mira detrás de las pantallas deciden que si ellos, que no saben hacer nada, pudieron, nosotros también, y en base a esa peregrina idea harán cualquier cosa prácticamente gratis para estar frente a las cámaras; un hecho que hace que cada nueva edición de programas como “American Idol” tenga asegurada la suficiente cantidad de personajes extravagantes que son los que le dan color al programa.

5. Y aunque no pensaba hacerlo acabo de terminar de ver, el segundo episodio de “El ídolo” y veo que acerté en mis impresiones sobre la ahora ex–novia del nuevo ídolo pop.
Y mientras vuela en avión a México, aparece el productor del disco manejando y diciendo con cara de dormido que tuvo que grabar toda la música rápido, muy rápido, en dos días, porque los ejecutivos quieren aprovechar la promoción del programa para venderlo.
Esa estética, que finge desnudar los mecanismos de la industria hace que me fije en cosas aparentemente intrascendentes como la madre, que casi se pone a llorar al escuchar una balada que su hijo tiene que cantar mientras el productor –que, como recuerda el desesperanzado ídolo no es Emilio Stefan, lo cual habla mucho de sus gustos y el tipo del mercado al que aspira- le dice, con una sonrisa cruel, que si es necesario le va a pasar un tema cien veces hasta que le guste, y él, pobrecito, con esos pelos parados tan a la moda, sonríe tímidamente y no dice nada, y graba algunos temas y finalmente, de regreso al hotel, confiesa que en realidad todo esta bien, que el productor no es tan malo como pensaba y se ríe y todos somos felices.
Mientras termino de escribir todo esto, pienso en lo interesante de vivir una situación así a los 19 años: chicas, fama, dinero. Es como sacarse una lotería aunque yo, personalmente, no creo que el fenómeno dure mucho, teniendo en cuenta los antecedentes anteriores y que la maquinaria del programa, bien aceitada tras dos entregas, ya esta preparando su próxima competencia que suena, al menos para mi, a eso de a rey muerto rey, puesto y a que, peor aun, si le preguntara a cualquiera quien gano el Latinamerican Idol anterior simplemente no sabrían que decirme (¿o solo soy yo?)
Apago el televisor. Debí tomar más notas porque no me acuerdo de nada más interesante para contar. El sábado veré la repetición. A ver que me olvide.

6. Y como todo trabajo en progress, acabo de ver el episodio donde Carlitos viaja a Buenos Aires para filmar su primer video –las ventajas del dólar bajo- y los directores descubren que es demasiado petiso y las modelos argentinas demasiado altas –metro ochenta la que eligieron, aunque no dicen cuanto mide él- y lo llevan con porteños prototipicos que lo miran con algo de desconfianza mientras intentan convencerlo que la diferencia de altura no es importante, aunque todos parecen reírse a sus espaldas y aseguran que hay métodos para que no se note la diferencia aunque al final terminen cediendo y mandando a la chica a su casa mientras el simpático ídolo sigue apretando manos y diciendo que esta contento de estar en Argentina aunque este muy cansado y es su hermano convertido en su asistente personal, el encargado de que descanse un poco porque las fechas ya están pautadas y dormir es un lujo innecesario que una futura estrella pop debe evitar mientras sea posible (esto me recuerda, de nuevo, a David Bisbal, quien también trabaja con su familia porque su padre, se supone, fue una estrella fugaz en los 70 y su manager se fugo con todo el dinero).
Y mientras arma lo que se supone es su primer show en vivo, el encargado de sonido (¿o productor?), un argentino de mal carácter, le recalca varias veces casi a los gritos que si piensa cantar tantas canciones empalagosas y además hacer un set acústico, el recital va a ser insoportablemente aburrido.
Y Carlitos no sabe para donde mirar porque nadie lo preparo para esto y el hermano mayor no aparece por ningún lado para defenderlo mientras el encargado sigue machacando con su idea y refregándole en la cara (a él y a nosotros) que todavía es un adolescente y no tiene la autoridad necesaria para imponer sus opiniones y caprichos como otras estrellas que tuvieron el tiempo necesario para aprender a hacerse respetar (por alguna razón, asocio todo esto con Sinatra y sus cambios de humor que lo llevaban a arrojar cualquier objeto que tuviera a mano al que le discutiera, incluyendo a su viejo amigo Dean Martin).
En ese momento, el pobre Pablito me da lastima y me recuerda mi primer trabajo, cuando me colocaron en una oficina, frente a una computadora y nunca me explicaron claramente quien podía y quien no darme ordenes y me pase prácticamente una semana sin saber si tenia algún derecho o solo debía obedecer y callarme, especialmente porque en ese 2002, la mayoría de la gente no tenía trabajo y cualquier –incluyendo a un programador novato- podía ser puesto de un día para otro en la calle y ser reemplazado inmediatamente por la interminable cantidad de gente que esperaba una oportunidad.
Viendo a Pablito sentí que estaba en la misma posición, totalmente inseguro –a pesar de haber ganado el premio mayor y el apoyo de miles de fans- de que era lo que podía y no podía hacer: si, él era la estrella, pero el productor, el encargado de sonido, los directores de los videoclips: todas esas personas parecían saber más que él y su opinión –o la de su hermano-, como la de recién llegados a un mundo maravilloso pero desconocido, apenas valía nada: eran invitados de piedra, reconocidos pero destinados a desempeñar un papel secundario.
Gracias a Dios, la aparición de un nuevo personaje del clan, la abuela, con una troupe (la familia Chan) salva la situación y le da un toque humorístico al programa, con lo que parece un sketch cómico: la mujer de unos 80 años visita diversos barrios pegando carteles para promocionar el recital de su nieto mientras aclara que la idea era cambiar el nombre del pueblo y ponerle el de Carlitos pero las leyes no lo permitieron.
Conociendo la inmensa maquinaria detrás del programa, más allá de los deseos de la abuela de ayudar a su nieto, este nuevo barniz para mostrar el lado “familiar” de la nueva estrella suena a maquinación habilmente planeada porque, con todo el dinero que llevan gastado en publicidad hasta ahora, ¿no podían simplemente encargarle a cualquier agencia especializada en el tema que se hiciera cargo de todo?
Por supuesto, el toque familiar ayuda a vender y fortalece la imagen de intimidad que el programa vende: sin la presencia de la novia, el ahora soltero y familiero Carlitos es la estrella perfecta que, supongo, el mercado sigue buscando: un par de lagrimas más (¿otro productor enojado gritándole?) y, tal vez, le pongan su nombre a la provincia donde vive mientras las personas levantan su pequeña estatua con un micrófono en la mano y su abuela llora.
¿Y quien puede olvidarse de una imagen así?

2 comentarios:

  1. Viste el programa por lo menos

    ResponderEliminar
  2. La gente que habla como tu siempre habla por boca de otros, solo les gusta lo que no es popular, lo que les dicen los criticos que es bueno

    ResponderEliminar