viernes, 7 de agosto de 2009

The Second Life: un mundo donde siempre es sábado

Este texto aparecio en una revista méxica muy "cool" dedicada a moda y tendencias; lo escribí a pedido de la editora luego que un periodista que habia prometido tratar el tema desapareció misteriosamente; la revista lo publicó y luego del agradecimiento, la editora se negó a pagarme; una costumbre, según comprobe posteriormente, que esta editora "coool" suele tener con sus colaboradores cercanos a los que explota y luego reemplaza.

Avivadas del negocio que yo prefiero llamar por su nombre: miserias.

Un amigo me invita a conocer su alter-ego virtual. Le digo que no pero insiste. “Es increíble”, me repite, “Increíble. Cuando lo veas no lo vas a poder creer”. Finalmente me convence.
Se sienta frente a la computadora y me muestra su otro Yo: alto, atlético, bien vestido, atractivo, lleno de músculos, sin nada de grasa.
-Acá todo es real, físico, no como en el chat donde no ves con quien hablas y es pura histeria. Acá adentro, (me grafica, tocando el monitor, como si quisiera traspasar la pantalla y entrar) tengo novia, -la veo, una rubia alta y exuberante que me recuerda a Ana Nicole Smith-, casa, auto y trabajo. Es otra vida. Hasta un helicóptero puedo comprar si quiero, no se, dos casas, una isla, lo que se te ocurra... ¡lo que se te ocurra!
Mientras me lo dice, actúa como un pequeño y caprichoso dios:
-¡Hasta puedo volar! –y me muestra como se eleva su personaje- ¿Entendes? Acá adentro no hay limites.
“Acá adentro” es “Second Life” (www.secondlife.com), un mundo virtual creado por la empresa Linden Lab en el 2003 al que cualquier persona con Internet puede entrar gratis (al menos, por ahora) para construir su propio personaje -llamado avatar- con las medidas y el nombre que quiera.
Es muy fácil, dice mi amigo y me explica: primero hay que bajar el software e instalarlo en la computadora; luego se llena un formulario y se elige el look del personaje. “Second Life” incluso ofrece “modelos básicos” para ayudar a los usuarios nuevos.
“Es mejor que no se note que uno es latino” me explica. Por eso él usa el apellido de un cantante de rock combinado con un nombre neutro.
Si lo encontrara en “Second Life” posiblemente no lo reconocería: ni el aspecto ni el apellido me lo recuerdan -mi amigo es de mediana estatura, pelo corto y flaco, muy diferente a su atlético y tan americano Avatar-, pero ese es el truco que hace tan atractivo al juego: ser otro en un universo “puro” donde el sexo no es peligroso, los hombres pueden volar y el medio ambiente es manipulable.
“Tu mundo, tu imaginación” promete el slogan de la empresa. En una palabra: todo es posible en este prístino jardín del edén virtual donde el usuario puede repetir su vida hasta el mas mínimo detalle sin correr riesgos. Como dice Phillip Rosedale, presidente de Linden Lab, “un mundo mejor que el real en varios aspectos”.
El entorno favorece esa fantasía de suplantar una realidad por otra: el avatar compra cosas –empresas como Adidas y Reebok tienen oficinas virtuales para vestir a los personajes-, come, conoce gente, trabaja y, lo más popular, tiene sexo “seguro”.
Incluso puede contraer matrimonio.
Le cuento a mi amigo que hace poco leí que un argentino se caso virtualmente con una española. Me acuerdo del nombre de su personaje: Papalopulus Kobolowski.
Mi amigo no se sorprende con la noticia (no es tan raro como a vos te parece, me dice) y prefiere mostrarme el lugar: hay clubes, prostibulos, tiendas, cines, playas, iglesias, universidades, bancos, foros y oficinas de propaganda política.
La moneda oficial es el “linden”, que cotiza en dólares, lo que, al valor de cambio actual, le complica la vida a los latinoamericanos; aunque, me aclara mi amigo, varios de sus conocidos ganan dinero prestando servicios.
En “Second Life”, el usuario tiene la propiedad intelectual sobre los productos que crea o puede cobrar por el trabajo que hace. Ese dinero virtual -y eso hace tan atractivo el juego- se puede cambiar luego por dólares verdaderos, dinero del mundo real.
Una mujer, Anshe Chung, profesora de lenguas en China, fue tapa del Business Week al ganar 250.000 dólares reales como agente inmobiliaria.
-Ya sabia -me dice mi amigo cuando se lo comento.
-¿Y como te enteraste? -le pregunto.
-Salió en uno de los diarios de acá. Ahí te enteras de todo.
Los oficios en “Second Life” son tan variados como los del mundo real y la posibilidad de ganar dinero hace que Coca Cola y MTV quieran ocupar un lugar antes que sus competidoras.
Una agencia de publicidad puede, por ejemplo, comprar una isla para publicitarse, por unos 1.250 dólares.
-Hasta hay protestas -me dice mi amigo. Y recuerda cuando lo invitaron a participar en una marcha contra la oficina virtual del derechista Jean-Marie Le Pen-. LLevaban pancartas con dibujos de Hitler, cosas así. Creo que al final lo obligaron a mudarse pero no estoy seguro.
En “Second Life” los crímenes y las peleas son raras. Según un estudio de la Universidad de Stanford, la mayoría de las personas respetan las reglas sociales de su vida “normal” cuando ingresan al mundo virtual. El sistema puede penalizar a un Avatar si entra sin permiso a la casa de otro, por ejemplo, pero los grandes castigos los reservan para cualquier hacker que intente atacarlos. Los problemas más graves suelen ser legales: al dar a sus miembros derechos de propiedad intelectual sobre las cosas que crean y permitirles venderlas o cambiarlas por dinero, aumentaron las demandas entre usuarios, lo que facilito la entrada de abogados que ayudan a redactar contratos para proteger a sus clientes en sus operaciones de compraventa.
“Hoy todos los diarios hablan de eso y las denuncias que hizo el FBI por las apuestas ilegales y la evasión de impuestos. Pero también hay otras cosas”, dice mi amigo: “nadie cuenta que Suecia esta abriendo una embajada o que Duran Duran creo sus propios avatares y dio un recital”.
“¿Y vos los viste?”, le pregunto.
“No, no me gustan. Pero esas son cosas que también pasan acá adentro, ¿me entendes? Solo que la gente no se entera. Siempre prefieren hablar de lo mismo: que hay sexo, que la gente juega, que se gana mucha plata, porque son temas que venden y se olvidan del resto: de toda la gente que no molesta a nadie y la pasa bien. Gente común, como vos y como yo”.
Me acuerdo de eso mientras voy para mi casa. Me acuerdo de eso y de Dick. Porque aunque el creador de “Second Life”, Cory Ondrejka, dice que se baso en la novela “Snow Crash” (1993) de Neal Stephenson y su universo virtual generado por computadoras donde los usuarios pueden crear sus propios cuerpos e interactuar entre si, Dick, me parece, esta más cerca de esta nueva realidad paralela.
Philik K. Dick, (conocido por su novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” filmada por Ridley Scott como “Blade Runner”), escribió, en 1963, un cuento llamado “Los días de preciosa Pat” donde los sobrevivientes de una Tierra devastada viven en madrigueras y juegan con pequeñas muñecas equivalentes a la Barbie llamadas Preciosa Pat y Connie Compañera en escenarios que intentan describir, con un detalle absoluto, la vida de la Tierra antes de la guerra.
En la novela “Los tres estigmas de Palmer Eldritch” (1965), una ampliación del cuento, Dick cambia el escenario: ahora son los colonos humanos quienes, obligados a vivir en Marte, -un planeta gris arenoso y yermo, moribundo-, intentan escapar con sus muñecas Perky Pat; pero esa vez no usan la imaginación, sino una droga, la Can-Di, que les permite “el instante casi sagrado en que los accesorios miniaturizados dejaban de representar la Tierra para convertirse en la Tierra. El y los otros, fusionados bajo los efectos de la Can-Di en un mundo de muñecas, eran transportados fuera del tiempo y el espacio”.
Y pienso en mi amigo y sus compañeros. No hay lógica directa que me lleve a ese pensamiento pero ahí esta. Ellos también se evaden de una realidad a otra más satisfactoria y plena donde, como escribió Dick, “siempre es sábado”.

jueves, 6 de agosto de 2009

El idolo: aventuras y desventuras de una estrella pop en tiempo ¿real?

Escribí este texto el año pasado pero, por alguna razón no lo publiqué y acabo de encontrarlo. Como creo que sigue teniendo actualidad, decidi publicarlo aquí, como un estudio casi comico de las andanzas y manipulaciones a las que son sometidos los ganadores de los realities y de las que participan en forma voluntaria sus propios familiares.
1. Los fines de semana, por algún extraño capricho de los programadores argentinos, no hay nada bueno para ver en televisión. Finalmente encuentro una vieja película de Michael Caine sobre Harry Palmer, la versión proletaria –y por supuesto, mucho menos exitosa- de James Bond: un agente que usa inmensos lentes de marco negro, trabaja en una oficina y hace sus compras en un supermercado.
Cuando termina la película (y me quedo con ganas de ver las dos continuaciones que, perversamente, “Retro” no pasa), encuentro “El ídolo”, un programa dedicado a registrar los días y las noches del último ganador del “Latín American Idol” (nombre horrible si los hay, que me hace recordar a los humillantes Grammys “latinos”, una mezcla de respeto por parte de los americanos al reconocer el creciente poder de la “comunidad” en la industria, manteniéndolos, eso si, aparte de las categorías principales que siguen siendo suyas).
El programa esta dedicada al último ganador, Carlos Peña (tuve que anotar el nombre para no olvidarlo): su llegada a Nicaragua, su desfile triunfal por las calles, la visita al palacio presidencial y, finalmente, a un comercio tradicional donde el premio mayor es que le pongan su nombre a una silla (Ricardo Arjona, Dios tutelar de los cantantes nicaragüenses, ya tiene la suya).
Este primer programa acaba cuando, después de doce horas agitadas, Carlitos se va a la cama y vemos un adelanto de lo que vendrá cuando visite la grabadora donde lo reciben con “esta es tu nueva casa”, que se congela cuando él confiesa, todavía en compañía de papá y mamá, que quiere grabar sus propios temas; una afirmación que lo hace ganar puntos delante mío, dándole un toque de rebelión contra la perfecta maquina de marketing que lo maneja sabiendo que este programa es, apenas, la constatación de un hecho: la mayoría de los American Idol (como demostró oportunamente la primero ovacionada y luego olvidada Rosa de España en otro reality) necesitan de la promoción constante de la compañía para mantenerse a la vista de un público que esta dispuesto a gritar enloquecidamente durante los primeros tiempos bajo los efectos de la resaca televisiva pero, con la misma intensidad, olvidan al viejo ganador apenas se consagre el segundo y este sea, oportunamente, reemplazado por un tercero...
La única forma de conseguir un publico leal sin el apoyo de un programa propio es destacar del resto, eligiendo las canciones adecuadas y mostrando un carisma a toda prueba, que se vea –aunque no sea- natural, como demostró David Bisbal con canciones horribles pero efectivas a la hora de que el publico lo recordara como ese chico de los rulos que cantaba y se movía histéricamente sobre el escenario en una parodia del español excesivamente alegre.
Como el nuevo “Latinamerican Idol” (¿por qué nunca lo dicen en español?) no parece tener todavía esa habilidad, “El ídolo” funciona como un apoyo que le da visibilidad en prime time mientras graba y promociona, a toda velocidad, su primer disco, filma su primer videoclip y prepara sus primeras presentaciones en vivo como solista: todo en tiempo real para hacernos sentir que seguimos pegados a él y vemos todo lo que él ve, incluso el lado desagradable de ser, apenas, otro latiamerican idol.

2. En el recorrido que propone “El ídolo”, es interesante que me caiga tan mal el personaje en cuestión por su adicción a la moda (¿cuál es el nombre científico que le dan a eso para hacernos creer que es cool ser un adicto a lo último de lo último?) que incluye el pelo parado, anteojos negros a toda hora, chaleco y diferentes remeras ajustadas de colores fuertes, mientras, bien atrás, su familia forma un grupo cerrado al que no se olvida nunca de nombrar como influencia benéfica por sus sabias enseñanzas de vida.
Lo más divertido –a pesar de haberlo visto tantas veces ya, sigue asombrándome- es un publico que parece totalmente dominado por las instrucciones de los productores de turno: gritan, levantan carteles, luchan por los primeros lugares como si estuvieran poseídos por una pasión desmedida por una persona a la que, hasta hace tres meses, no conocían y por la que hoy están dispuestos a humillarse públicamente varias veces al día.
En ese entorno de histeria colectiva, la reacción del padre (que conduce la camioneta hacia el primer recital publico de su hijo) pidiendo: “no firmes tanto que no llegamos más”, es lo más divertido y “real” del programa junto a la aparición del padre de Ricardo Arjona (que parece muy petiso para ser realmente quien dicen que es, aunque no tengo porque dudar de él), quien le recuerda al nuevo ídolo (tal vez intentando salvar los ingresos de su hijo) que este es apenas el primer paso de su carrera.
Todo lo demás, aunque repetitivo –los gritos, los fans, las remeras con su cara: esa estructura omnipresente desde que Elvis y los Beatles se hicieron famosos- me sirve para esbozar una teoría de la necesidad de la gente de pertenecer a algo más grande que ellos mismos en la era de la sobreexposicion del Yo, aunque sea como actores de reparto, figuras gesticulantes que aparecen y desaparecen adelante del nuevo ídolo pop adolescente que los olvidara tan rápido como ellos a él.
Lo mejor de este primer programa sigue siendo la familia, con la madre, que hace largos monólogos sobre la importancia de que su hijo no abandone nunca todo lo que le enseño mientras los dos hermanos, convertidos en figuras secundarias, hacen comentarios que intentan rescatar al Pablo pre-fama, junto a la novia que parece destinada al olvido aunque en el escaso minuto que le dan de cámara recuerda que hace un año que son pareja y cuando Carlitos no era famoso iban tres veces por semana al cine y ahora nunca. (¿Tiene sexo la nueva estrella pop o eso también esta prohibido por contrato? Todo, por el momento, huele a castidad firmemente custodiada por mamá y papá, los encargados de mantener la gallina de los huevos de oro en el corral dorado correcto).
Tantas justificaciones no deben servir de mucho cuando las chicas se suben una y otra vez a la camioneta que los lleva al palacio presidencial, intentando, -en una parodia de los viejos mártires católicos-, dejarse atropellar con tal de recibir un autógrafo: una muestra de fe cautivante para los que miramos todo sentados cómodamente detrás de la pantalla.
El programa es corto –media hora- y, supongo, si no tengo nada más que hacer, seguiré viéndolo el próximo sábado, esencialmente para ver como reacciona Pablo a las indicaciones de su nuevo productor, alguien que no parece caerle muy bien solo “porque no es conocido”.
Imagino que lo haran cantar la suficiente cantidad de covers para asegurarse que los fieles de primera hora lo compren y algunas composiciones firmadas por profesionales en asesorar a estrellas en ascenso sobre los riesgos de salirse de los caminos seguros, es decir, canciones llenas de lugares comunes de consumo fácil.
Tal vez, con un poco de suerte, Carlitos pueda finalmente colocar alguna de sus composiciones con las que recibir una parte ínfima de los ingresos que esta generando la empresa experta en crear –y desmontar- nuevos ídolos pop, hechos a la imagen y semejanza de los deseos del público; un publico que se aburre rápidamente de sus deseos y para quien el propio ídolo pierde interés y sustancia, (como si fuera apenas una realidad creada por ellos mismos), a medida que los nuevos postulantes de American Idol 2008 se presentan para la nueva selección.

3. Y hablando de “Latin American Idol 2008”, espero ver los concursantes que habrá este año, especialmente las primeras pruebas donde todo el mundo se presenta, literalmente, para conseguir sus cinco escasos minutos de fama, seguros de tener lo que la cámara quiere y sabedores de que fuera de la exposición publica, en pleno siglo XXI, no vale la pena vivir.
De esta manera, un personaje llamado Renaldo Lapuz, consiguió en la gala final del ultimo American Idol, cantar “We're Brothers Forever”, su horrible canción de 3 estrofas en horario central, acompañado por una banda profesional de músicos y coristas ante millones de personas.
Con ese empuje televisivo, ¿porqué no imaginarle una sobrevida convertido en el nuevo Liberace, dando conciertos por todo el país con apariciones en talk-shows antes de terminar con su propio show en Las Vegas, una ciudad especialista en reciclar viejas glorias como Elvis para un público nostalgico y amante del kistch?
La cancion de Lapuz, por cierto, tiene esa adictividad propia de las cosas sin sentido que uno puede repetir eternamente convencido de que es gracioso, al igual que “3 elefantes se columpiaban...”, con el ADN caracteristico de la marca “American Idol”: un optimismo a toda prueba y la capacidad chicle de quedar pegado al oido con su rintintin empalagoso: “I am your brother / your best friend forever / singin' the songs /the music that you liiiiiiiike // We're brothers 'till / the end of time / together forever / 'till the end of time”.
Personalmente disfruto –de hecho, me rió a carcajadas- de las cosas que las personas esta dispuestas a hacer para triunfar, disfrazándose, gritando, vistiéndose extravagantemente, mientras aseguran –conocedores de todos los trucos para llamar la atención de los editores- que ellos son el próximo ídolo de Latinoamérica.
¿Hay tanta necesidad de fama? ¿Solo se puede sobrevivir siendo famoso? Muchos de los que se presentan saben que no son buenos cantantes pero apuestan a que si llaman suficientemente la atención, alguien –un productor, un director, ¿Dios?- les dara la oportunidad que nadie más le dio.

4. Y los deseos de estas personas simplemente reflejan un hecho: la multitud de personajes que, siguiendo el ejemplo de Paris Hilton, desfilan por televisión sin que nadie sepa muy bien que hacen. ¿Son actores? ¿Cantantes? ¿Diseñadores? ¿Escritores? ¿Conductores?
No. Simplemente son famosos: personas que se hicieron conocidos por hechos normalmente alejado del arte (recordemos porque se hizo famosa Paris Hilton...) y a quien una sucesiva aparición en programas de televisión –el nuevo Hollywood a la hora de consagrar nuevas figuritas o relanzar viejas estrellas como Charlie Sheen- le dio la suficiente fama para asegurarle roles en películas menores y nuevos shows donde se limitan a prestar su presencia mientras la mayoría silenciosa que los mira detrás de las pantallas deciden que si ellos, que no saben hacer nada, pudieron, nosotros también, y en base a esa peregrina idea harán cualquier cosa prácticamente gratis para estar frente a las cámaras; un hecho que hace que cada nueva edición de programas como “American Idol” tenga asegurada la suficiente cantidad de personajes extravagantes que son los que le dan color al programa.

5. Y aunque no pensaba hacerlo acabo de terminar de ver, el segundo episodio de “El ídolo” y veo que acerté en mis impresiones sobre la ahora ex–novia del nuevo ídolo pop.
Y mientras vuela en avión a México, aparece el productor del disco manejando y diciendo con cara de dormido que tuvo que grabar toda la música rápido, muy rápido, en dos días, porque los ejecutivos quieren aprovechar la promoción del programa para venderlo.
Esa estética, que finge desnudar los mecanismos de la industria hace que me fije en cosas aparentemente intrascendentes como la madre, que casi se pone a llorar al escuchar una balada que su hijo tiene que cantar mientras el productor –que, como recuerda el desesperanzado ídolo no es Emilio Stefan, lo cual habla mucho de sus gustos y el tipo del mercado al que aspira- le dice, con una sonrisa cruel, que si es necesario le va a pasar un tema cien veces hasta que le guste, y él, pobrecito, con esos pelos parados tan a la moda, sonríe tímidamente y no dice nada, y graba algunos temas y finalmente, de regreso al hotel, confiesa que en realidad todo esta bien, que el productor no es tan malo como pensaba y se ríe y todos somos felices.
Mientras termino de escribir todo esto, pienso en lo interesante de vivir una situación así a los 19 años: chicas, fama, dinero. Es como sacarse una lotería aunque yo, personalmente, no creo que el fenómeno dure mucho, teniendo en cuenta los antecedentes anteriores y que la maquinaria del programa, bien aceitada tras dos entregas, ya esta preparando su próxima competencia que suena, al menos para mi, a eso de a rey muerto rey, puesto y a que, peor aun, si le preguntara a cualquiera quien gano el Latinamerican Idol anterior simplemente no sabrían que decirme (¿o solo soy yo?)
Apago el televisor. Debí tomar más notas porque no me acuerdo de nada más interesante para contar. El sábado veré la repetición. A ver que me olvide.

6. Y como todo trabajo en progress, acabo de ver el episodio donde Carlitos viaja a Buenos Aires para filmar su primer video –las ventajas del dólar bajo- y los directores descubren que es demasiado petiso y las modelos argentinas demasiado altas –metro ochenta la que eligieron, aunque no dicen cuanto mide él- y lo llevan con porteños prototipicos que lo miran con algo de desconfianza mientras intentan convencerlo que la diferencia de altura no es importante, aunque todos parecen reírse a sus espaldas y aseguran que hay métodos para que no se note la diferencia aunque al final terminen cediendo y mandando a la chica a su casa mientras el simpático ídolo sigue apretando manos y diciendo que esta contento de estar en Argentina aunque este muy cansado y es su hermano convertido en su asistente personal, el encargado de que descanse un poco porque las fechas ya están pautadas y dormir es un lujo innecesario que una futura estrella pop debe evitar mientras sea posible (esto me recuerda, de nuevo, a David Bisbal, quien también trabaja con su familia porque su padre, se supone, fue una estrella fugaz en los 70 y su manager se fugo con todo el dinero).
Y mientras arma lo que se supone es su primer show en vivo, el encargado de sonido (¿o productor?), un argentino de mal carácter, le recalca varias veces casi a los gritos que si piensa cantar tantas canciones empalagosas y además hacer un set acústico, el recital va a ser insoportablemente aburrido.
Y Carlitos no sabe para donde mirar porque nadie lo preparo para esto y el hermano mayor no aparece por ningún lado para defenderlo mientras el encargado sigue machacando con su idea y refregándole en la cara (a él y a nosotros) que todavía es un adolescente y no tiene la autoridad necesaria para imponer sus opiniones y caprichos como otras estrellas que tuvieron el tiempo necesario para aprender a hacerse respetar (por alguna razón, asocio todo esto con Sinatra y sus cambios de humor que lo llevaban a arrojar cualquier objeto que tuviera a mano al que le discutiera, incluyendo a su viejo amigo Dean Martin).
En ese momento, el pobre Pablito me da lastima y me recuerda mi primer trabajo, cuando me colocaron en una oficina, frente a una computadora y nunca me explicaron claramente quien podía y quien no darme ordenes y me pase prácticamente una semana sin saber si tenia algún derecho o solo debía obedecer y callarme, especialmente porque en ese 2002, la mayoría de la gente no tenía trabajo y cualquier –incluyendo a un programador novato- podía ser puesto de un día para otro en la calle y ser reemplazado inmediatamente por la interminable cantidad de gente que esperaba una oportunidad.
Viendo a Pablito sentí que estaba en la misma posición, totalmente inseguro –a pesar de haber ganado el premio mayor y el apoyo de miles de fans- de que era lo que podía y no podía hacer: si, él era la estrella, pero el productor, el encargado de sonido, los directores de los videoclips: todas esas personas parecían saber más que él y su opinión –o la de su hermano-, como la de recién llegados a un mundo maravilloso pero desconocido, apenas valía nada: eran invitados de piedra, reconocidos pero destinados a desempeñar un papel secundario.
Gracias a Dios, la aparición de un nuevo personaje del clan, la abuela, con una troupe (la familia Chan) salva la situación y le da un toque humorístico al programa, con lo que parece un sketch cómico: la mujer de unos 80 años visita diversos barrios pegando carteles para promocionar el recital de su nieto mientras aclara que la idea era cambiar el nombre del pueblo y ponerle el de Carlitos pero las leyes no lo permitieron.
Conociendo la inmensa maquinaria detrás del programa, más allá de los deseos de la abuela de ayudar a su nieto, este nuevo barniz para mostrar el lado “familiar” de la nueva estrella suena a maquinación habilmente planeada porque, con todo el dinero que llevan gastado en publicidad hasta ahora, ¿no podían simplemente encargarle a cualquier agencia especializada en el tema que se hiciera cargo de todo?
Por supuesto, el toque familiar ayuda a vender y fortalece la imagen de intimidad que el programa vende: sin la presencia de la novia, el ahora soltero y familiero Carlitos es la estrella perfecta que, supongo, el mercado sigue buscando: un par de lagrimas más (¿otro productor enojado gritándole?) y, tal vez, le pongan su nombre a la provincia donde vive mientras las personas levantan su pequeña estatua con un micrófono en la mano y su abuela llora.
¿Y quien puede olvidarse de una imagen así?

miércoles, 5 de agosto de 2009

Ricardo Piglia y el uso de la critica

Este texto apareció el año pasado y siempre me gusto mucho por eso es el primero en ser rescatado, posiblemente en un futuro cercano, escriba de nuevo sobre Piglia y su maravillosa teoria del complot

Se puede leer parte de la obra de Ricardo Piglia en los 80 como una suma literaria que comienza con Respiración Artificial (1980) y termina –parcialmente- con la publicación de “Critica y ficción” en 1986. Una suma que combina la ficción y la critica para hacer una análisis –premonitorio en el caso de “Respiración...”- del uso que el poder político hace de la literatura en el marco del regreso a la democracia y el enamoramiento de parte de los intelectuales argentinos con Raul Alfonsin.
El borrador original de este proyecto para construir canales críticos “fuera del circuito cerrado de la academia y los congresos de escritores” aparece en “Respiración artificial”, donde Renzi, el alter-ego ficticio de Piglia, dice que hasta bien entrado el siglo XX la literatura argentina tiene un uso político, vinculado a las alianzas y peleas de los diferentes actores sociales, cuyos resultados son visibles en libros como “Facundo” y el “Martín Fierro”, destinados a imponer una visión “definitiva” de la realidad: “el Facundo es como un virus: todos los que lo leen empiezan a ver civilizados y bárbaros. [...] Sarmiento nos da la realidad bajo su forma juzgada [...] Digamos que definió la tradición de los vencedores”.
En “La Argentina en pedazos” Piglia ilustra su teoría con once textos muy breves –nunca más de mil palabras- a través de la ficción de, entre otros, Esteban Echeverría, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Manuel Puig describiendo “una trama donde se pueden descifrar o imaginar los rastros que dejan en la literatura las relaciones de poder, las formas de la violencia. Marcas en el cuerpo y en el lenguaje, antes que nada, que permiten reconstruir la figura del país que alucinan los escritores. Esa historia debe leerse a contraluz de la historia ‘verdadera’ y como su pesadilla”.
“Critica y ficción” (entrevistas, respuestas a cuestionarios, ponencias universitarias) cierra el circulo y permite entender el trabajo que Piglia desarrollo, con un discurso critico que, al desplegarse en medios tan distintos, parece fragmentado, pero que esta unido por una línea de pensamiento que estudia la manera de difundir un mensaje de forma poco tradicional para alcanzar “un público mucho más amplio que si yo las hubiera escrito en un ensayo de critica. Es decir que de pronto ciertas hipótesis que se discuten allí sobre literatura argentina fueron discutidas en ámbitos mucho más amplios que si yo las hubiera enunciado en un libro de ensayos”.
Borges, -como señala el mismo Piglia en uno de sus ensayos- hace una tarea parecida en 1933, cuando se adelanta a los libros que van a comenzar a aparecer sobre la metafísica nacional con un artículo que los sintetiza en cinco páginas.
Piglia lo toma como ejemplo y, a través de estas intervenciones en medios populares, repite el gesto borgeano, captando y exponiendo el núcleo central de lo que se esta discutiendo en ese momento (la relación entre los intelectuales y el poder, con la asunción de Raúl Alfonsin y un grupo de escritores, bautizado popularmente como la patota cultural, que lo apoya) sin darle un formato profesional y respetable: es decir, a diferencia de sus contemporáneos, no lo convierte en libro, no escribe un inmenso ensayo estudiando el tema -que seguramente hubiera sido un best-seller- y prefiere discutir desde los márgenes, obligando al lector a buscar ese discurso fragmentado, perdido, que empieza en “Respiración artificial”, continua en “La Argentina en pedazos” y termina temporalmente en “Critica y ficción”: “una manera de ver la política en la literatura que me parece más interesante y más instructivo que los trabajos de los llamados analistas políticos, sociólogos e investigadores”.
El modelo al que remite es al escritor como un ladrón que borra sus huellas perseguido por un lector que debe unir ese texto redactado en diferentes registros y lugares: “un relato fragmentado, casi anónimo, que resiste y construye interpretaciones alternativas y alegóricas”.
Así, desde los márgenes de la cultura, Piglia sintetiza el eje principal del debate conectandolo con una amplia mirada hacia atrás para mostrar como se inicia esa relación, trabajando la literatura en una época de gran agitación social y política –juicio a los militares, intentos de alzamientos armados, paros masivos- como laboratorio para “entender lo real, para extraer hipótesis sobre el funcionamiento de la literatura, sí, pero también acerca de cómo funcionan el lenguaje, las pasiones, la misma sociedad”.

El porque de este blog

La idea de este blog es simple: publicar los artículos y ensayos tal cual fueron escritos para que ustedes, invisibles lectores, puedan acceder directamente a ellos y comparar la diferencia entre el trabajo original y su versión publicada -muchas veces censurada atrozmente por los editores de turno.
Iré mezclando distintos trabajos, sin seguir un orden muy lineal, esperando respuestas, comentarios, sugerencias y acotaciones -también maldiciones, correcciones e insultos, por supuesto- sobre mis cambiantes gustos e intereses, tal cual quedan reflejados en mis artículos.
Espero que disfruten leyéndolos, tanto como yo disfrute escribiéndolos.